La temporada en Segunda, ese interminable viaje de 42 jornadas que cansa a cualquiera, ha llegado a un punto en el que el único objetivo de los veintidós equipos es ganar, ganar y ganar. Las formas, sinceramente, dan igual. Que se lo digan al Betis, que 41 días y siete jornadas después recuperó el liderato tras batir al Salamanca a pesar de fallar muchas ocasiones, desperdiciar un penalti y y no estar tan brillante como en otras muchas tardes y mañanas. Pero tuvo paciencia, fue mejor que su adversario y para colmo de bienes se encontró con que un árbitro, por primera vez en la temporada, le hizo un favor. Sería absurdo negar la evidencia y calificar de otra manera lo que ocurrió en el minuto 93, cuando Lesma López anuló un gol a Edu Bedia por un presunto juego peligroso de Marcos Márquez que en el mejor de los casos era penalti de Nacho. El colegiado madrileño vio falta, igual que antes no había visto un penalti de Endika a Jorge Molina, y el conjunto de Pepe Mel empezará a preparar los duelos directos contra el Rayo y el Celta desde la mejor de las posiciones, allí en lo más alto de la tabla. Sustituye en el liderato a su próximo rival, que empató (y gracias) en Huelva.
El Betis venció pero sufrió ante un oponente que pelea por no descender a Segunda B. La culpa de la victoria fue en gran parte de un exjugador del Salamanca: Salva Sevilla. La culpa del sufrimiento fue de la falta de puntería de un equipo caracterizado por lo contrario pero que de vez en cuando también tiene días tontos. El Betis se hartó de rematar y rematar, pero los reflejos de Biel Ribas, el desatino de Emana y el empecinamiento de Iriney en chutar al primer anfiteatro del Gol Norte convirtieron todo ese dominio en nada. Hasta que Salva rondó el área. Ya lo había hecho mediada la segunda mitad para rematar fuera un pase atrás de Rubén Castro, y a la segunda, tras un buen movimiento y mejor asistencia de Jorge Molina, ajustó la mira y no erró.
El almeriense no fue determinante sólo por el gol. Tan clave resultó el tanto como su omnipresencia en el juego de ataque, en especial en la segunda mitad, cuando el Betis dio el paso adelante y se fue de verdad a por su enemigo. No es que en la primera parte hiciese novillos, pero entonces anduvo errático en el último pase. Tras el descanso convirtió el desacierto en acierto y con mando en plaza por fin comenzó a conectar con Rubén, Jorge y Ezequiel, casi siempre en corto y con paredes ante las que el Salamanca nada pudo hacer.
A esas alturas, en realidad, el Betis debería haber tenido el choque encarrilado. Es verdad que desapareció del partido cuando Emana lanzó el penalti en dirección a la ciudad deportiva, pero antes tuvo un par de ocasiones y se comió al Salamanca presionándole muy, muy arriba, aun a costa de conceder demasiados metros a Perico, un excelente futbolista. Tras el intermedio, su rival se echó atrás del todo, con lo que su mejor elemento perdió protagonismo, y el partido se jugó sólo en el campo charro. El Salamanca nunca se desordenó, cierto, pero el Betis tampoco se impacientó. Acabó hallando el hueco y a partir de ahí, curiosamente, le entró la nerviosera, reculó y permitió que el visitante, a base de colgar balones, soñase con puntuar. No lo hizo porque el colegiado le quitó lo que varios de sus compañeros (y hasta él mismo, en Villarreal) le quitaron al Betis antes. Y ahora, a jugarse medio ascenso con esa agradable sensación de volver a ser lo que fue durante casi toda la Liga: el primero. Es decir, el mejor.
Fuente: Elcorreo
El Betis venció pero sufrió ante un oponente que pelea por no descender a Segunda B. La culpa de la victoria fue en gran parte de un exjugador del Salamanca: Salva Sevilla. La culpa del sufrimiento fue de la falta de puntería de un equipo caracterizado por lo contrario pero que de vez en cuando también tiene días tontos. El Betis se hartó de rematar y rematar, pero los reflejos de Biel Ribas, el desatino de Emana y el empecinamiento de Iriney en chutar al primer anfiteatro del Gol Norte convirtieron todo ese dominio en nada. Hasta que Salva rondó el área. Ya lo había hecho mediada la segunda mitad para rematar fuera un pase atrás de Rubén Castro, y a la segunda, tras un buen movimiento y mejor asistencia de Jorge Molina, ajustó la mira y no erró.
El almeriense no fue determinante sólo por el gol. Tan clave resultó el tanto como su omnipresencia en el juego de ataque, en especial en la segunda mitad, cuando el Betis dio el paso adelante y se fue de verdad a por su enemigo. No es que en la primera parte hiciese novillos, pero entonces anduvo errático en el último pase. Tras el descanso convirtió el desacierto en acierto y con mando en plaza por fin comenzó a conectar con Rubén, Jorge y Ezequiel, casi siempre en corto y con paredes ante las que el Salamanca nada pudo hacer.
A esas alturas, en realidad, el Betis debería haber tenido el choque encarrilado. Es verdad que desapareció del partido cuando Emana lanzó el penalti en dirección a la ciudad deportiva, pero antes tuvo un par de ocasiones y se comió al Salamanca presionándole muy, muy arriba, aun a costa de conceder demasiados metros a Perico, un excelente futbolista. Tras el intermedio, su rival se echó atrás del todo, con lo que su mejor elemento perdió protagonismo, y el partido se jugó sólo en el campo charro. El Salamanca nunca se desordenó, cierto, pero el Betis tampoco se impacientó. Acabó hallando el hueco y a partir de ahí, curiosamente, le entró la nerviosera, reculó y permitió que el visitante, a base de colgar balones, soñase con puntuar. No lo hizo porque el colegiado le quitó lo que varios de sus compañeros (y hasta él mismo, en Villarreal) le quitaron al Betis antes. Y ahora, a jugarse medio ascenso con esa agradable sensación de volver a ser lo que fue durante casi toda la Liga: el primero. Es decir, el mejor.
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